11 jun 2010

El revolucionario Benito Canales

Cuando uno hojea las páginas amarillentas y quebradizas de la historia, acaso en un afán de rememorar los otros días, los del ayer, detiene la mirada en los capítulos de un México que ya se encontraba de frente ante su destino, y como el silbato del ferrocarril agotado y totalmente desfasado que casi forma parte de una estampa añeja, acuden a la memoria los relatos de los ancianos, las anécdotas que la gente narraba en Tres Mezquites, rincón apacible del municipio michoacano de Puruándiro, sobre el revolucionario Benito Canales.
Es en la campiña, entre la población de Puruándiro y la ex Hacienda de Villachuato, a unos metros del río Lerma y rumbo al municipio de Pastor Ortiz, ya cerca del estado de Guanajuato, donde se erige el caserío nostálgico, solitario y sosegado que atestiguó una historia intensa, romántica, salpicada de heroísmo, traición y valor, durante las horas de la Revolución Mexicana.
Fue en Tres Mezquites donde un 23 de marzo de 1875, nació Benito Canales, el legendario personaje que ha inspirado a autores de corridos e historias y que se convirtió, a través de incontables hazañas, en luchador social, enemigo de las injusticias, héroe revolucionario del Bajío de Michoacán y Guanajuato, y para otros, en cambio, en bandido, cínico y mujeriego que desafió a los hacendados, a los señores que entonces eran dueños de tierras y vidas.
Sentado en el columpio de las añoranzas, uno evoca la imagen de Benito Canales, quien era osado y, además, estratega en los combates e improvisador ante situaciones complicadas, como en el discurrir de 1911, cuando regresaba de Estados Unidos para reunirse con su familia y se enteró que ellos, los rurales, al mando del teniente Rito Canales, ya lo buscaban, hecho que lo motivó a acomodar su sombrero hasta los hombros y mezclarse con los peones que ayudaban a atravesar por el puente del ferrocarril los caballos y las provisiones de los militares.
Inquebrantable, el revolucionario se acomidió a pasar el último caballo por los durmientes, de manera que cuando reaccionaron sus adversarios y los ayudantes, incluido su amigo Rosario Gómez, montó la bestia y partió engrandecido, victorioso, rumbo a Pénjamo, Guanajuato.
En otra ocasión, también en las horas de 1911, tras el triunfo que él y sus seguidores tuvieron en las Barrancas de San Juan Chico al derrotar a más de 400 rurales, llegó una guarnición a una de las haciendas del Bajío con la intención de interrogar a los peones sobre el paradero de su enemigo. Cuestionaron a los jornaleros, e incluso al último le invitaron una copa sin resultados positivos, al grado que más tarde, al formular la misma pregunta a un sirviente de nombre Refugio, éste les explicó que hasta ellos lo conocían, ya que minutos antes lo habían invitado a beber.
Encontrándose el coronel Enrique Villaseñor en la Hacienda de San Martín, manifestaba su deseo de conocer a Benito Canales, quien de acuerdo con informes, era de gran valor. Un hombre que bebía tequila, se aproximó y le pidió que lo acompañara, que tenía algo que confiarle, a lo que el coronel aceptó. Ya afuera, el individuo le confesó que él era Benito Canales. En reconocimiento a su valentía, el militar lo felicitó, le ofreció su amistad y le dio monedas de oro y plata para su causa.
Casado en 1894 con Crescencia Ramírez y padre de cinco hijos, a los que amó intensamente, Benito Canales se enamoró de Marina Robledo, “La Tapatía”, a quien convirtió en amante. Un día, cuando él regresaba de Estados Unidos, la encontró con un soldado que intentaba abusar de ella; pero pensó que le era infiel y le advirtió que le dejaría un recuerdo, disparándole en la pierna. Y así fue, “La Tapatía” se quedó con aquel “recuerdo” y ya anciana, hablaba de su gran amor.
Los capítulos de la historia reseñan que fue Donaciano Martínez, “El Tullido”, quien al escuchar una conversación entre Carlos Markazuza, hacendado de Zurumuato, y su capataz, el perverso Pedro Navarro, planeó denunciar a Benito Canales en Pénjamo, Guanajuato, como agitador, ladrón y enemigo del gobierno.
Benito Canales llegó muy puntual a su cita con el destino, a su encuentro con la historia, a su romance con la muerte, en Maritas, Guanajuato. Le esperaba la noche de su vida en aquel rincón guanajuatense. Fue traicionado por sus amigos Marcial Camacho y Genaro Andrade, quienes ambicionaban el dinero y las semillas que el revolucionario les solicitó guardaran para la causa.
Dormía tranquilamente con su hija María de Jesús y su suegra Refugio, mientras los supuestos amigos se dirigían al cuartel de Zurumuato. María, la esposa de Marcial, fue obligada a delatar el lugar donde pernoctaba el hombre que había favorecido a los menesterosos. Comandados por el repudiado teniente Rito Martínez, los rurales llegaron hasta la casa. El revolucionario ayudó a ambas mujeres a huir y resistió el ataque desde las seis de la mañana hasta la una de la tarde de aquel memorable 14 de octubre de 1912.
Si las balas y el incendio a la casa donde se encontraba Benito Canales no lo doblegaron, la intervención del sacerdote Rafael Moreno, capellán de la Hacienda de Zurumuato, lo motivó a rendirse ante el enemigo. Fue golpeado brutalmente. Su hijo primogénito murió ahorcado.
El 16 de octubre de 1912, Benito Canales fue fusilado horas antes de que llegara la carta del gobierno de Francisco I. Madero, que lo solicitaba vivo. Por instrucciones del propio Madero, los autores intelectuales del fusilamiento murieron de similar forma a la del revolucionario que fue sepultado en Puruándiro ante miles de personas, quienes lo reconocieron como benefactor y héroe.
Tal fue la historia en Tres Mezquites, en la región de Puruándiro, durante los instantes de la Revolución Mexicana, cuando el país se encontraba ante los desfiladeros de la historia.